2007/04/12

Jilda con J

Vivo en campo margarita, un lugar precioso situado en el centro de todo y a la esquina de la nada.
De pequeña era blanca, hasta que un día, mientras pastaba saciando mi apetito, una ballena de las que se esconden debajo de tierra resopló, y un chorro de agua emergió justo delante de mi, y subió hasta el cielo y millones de gotitas esparcidas cayeron encima de mí.
Desde ese día tengo manchas negras y aunque me restriego con barro, nunca he conseguido quitármelas; y es que las ballenas que habitan debajo de la tierra deben de nadar en aguas negras negras como mis manchas.
Tengo dos amigos, Isidoro el gato serpa y Aron el caballo percherón.

A Aron lo conocí un día que el cielo se oscurecía y el agua caía. Me encontraba tumbada en campo margarita como casi siempre, en mi rincón predilecto, allá donde la hierba es más tierna y más sabrosa y donde las margaritas dibujan figuras imposibles, muy cerquita del riachuelo que divide mi campo con la nada. Mientras rumiaba mirando el mundo a cuatro patas, dos más fueron suficientes para taparlo.
Levanté la vista y mugí con enfado y es que a una lo que más le molesta es que le tapen la vista cuando otea el mundo.

Se acercó dubitativo, tal vez por efecto del mugido.
Su antiguo dueño, me dijo, tenía la manía de utilizarlo como perchero colgándole la ropa que le sobraba mientras hacía que trabajaba en la huerta.
También tenía otra manía: obligarle a sacar agua del pozo, girar y girar alrededor del molino como un tiovivo, arrastrar el arado, llevarle encima, acarrear fardos de paja,... y todo esto mientras él dormitaba a cobijo de un árbol.
Deseaba trotar, galopar libre y tumbarse en una enorme pradera verde viendo el mundo a cuatro patas. Ese deseo le hizo llegar hasta aquí, aprovechando un momento de despiste y una buena coz allá dónde a uno le deja sin respiración.
Era grande, grande, por algo lo de percherón. Se tumbó a mi lado y nos pusimos los dos a contemplar el mundo a cuatro patas, mejor dicho, a ocho patas y con cuatro ojos, que así se aprecian mejor todos los detalles.
En eso estábamos cuando un nuevo obstáculo impidió nuestra visión.
Levantamos la vista y en esta ocasión, además del mugido, un relincho de enfado informó al intruso que no se encontraba en el lugar adecuado.

Cuatro patas y un rabo se acercaron. Enseguida apreciamos la silueta de un gato. Un gato un poco raro porque en su espalda transportaba algo que eramos incapaces de distinguir; ¿una mochila quizás?.

Isidoro, así es como se llamaba. Venía de muy lejos, según nos contó. De una ciudad llena de casas, de coches, de contenedores, de agujeros, de personas, de ratas, de perros, de ratones de basura, de peleas, de ruidos, gris, triste, sin verde, oscura, lluviosa...., tomando aire porque se ahogaba, continuó.
A él lo que le gustaba era la aventura, odiaba los espacios cerrados, las ciudades, correr detrás de los ratones, delante de los perros, detrás de los desperdicios, delante de las personas....

Por todo eso y más, cogió su mochila la cargó con comida y salió en busca de aventura. Por algo era Isidoro el gato serpa, descendiente de los famosos gatos serpas que habían recorrido mil y un lugares en busca de aventura.

Llevaba ya diez o quince lunas, había sorteado todo tipo de peligros, saboreado todo tipo de placeres y ahora se encontraba delante de nosotros cansado y con ganas de tumbarse a contemplar el mundo a cuatro patas.

Se unió a nosotros. Ya con seis ojos nada se nos escaparía, o sí, quién sabe.

Esta es parte de mi vida.

Ahh! se me olvidaba, me llamo Jilda, con j y soy una vaca pisona. Pero por donde yo piso vuelve a crecer la hierba.


MUUUUUUUUU!!!!!

2 comentarios:

Ganímida dijo...

Eso es mucha imaginación =) me gustó lo que leí, y aunque me dejes sin palabras, me veo en la necesidad de decir lo mucho que me gusta tu loca prosa =)



Saludos !

Anónimo dijo...

Dios mio O_o

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