2007/03/08

Yo ya no estaba

Salté la primera valla y llegué hasta la fuente. No se oía ni se veía a nadie, tan sólo me acompañaba una manada de yeguas que pastaba plácidamente.
Todo estaba como la última vez aunque la maleza se había adueñado del lugar reduciendo el espacio casi a la mitad. Las rocas que nos servían de parapeto, a veces de sillones y otras muchas de sofá, seguían en el mismo sitio. No se apreciaban signos de presencia humana, tan sólo animal.
Me tumbé en la hierba estirando las brazos y las piernas, abriendo las manos, tensando los dedos. Quería abarcar todo de una sola vez, quería sentir todos los años pasados, quería absorver todas las sensaciones vividas en ese mágico lugar.

Había vuelto al pueblo, a la casa de mi infancia, y al río dónde pasé horas interminables, nadando, disfrutando, amando y muriendo.
Subí al monte que protege al pueblo y lo hice escalando como tantas veces había hecho. Los arbustos y los espinos cerraban cualquier paso, pero a mí ya no me dolía.
Desde la cruz que lo coronaba divisé los tejados de las casas, los montes cercanos, el valle, los caminos que unían, los que se perdían, los que subían, los que bajaban...
Me adentré por las callejuelas. Allá estaba Emiliano, el pastor, un poco más viejo, más encorvado, con su bastón, sentado en el banco de piedra, mirando al cielo, abstraído, viendo pasar las nubes, con gesto triste, tal vez porque los años pasan o quizás porque sus amigas, las ovejas, ya nunca volverían. Quién sabe el porqué, puede que ni él lo supiera.
No me vio. No podía porque yo ya no estaba, pero le saludé.
Un niño jugaba a ser guerrero dibujando una pelea con un adversario invisible mientras Aurora entonaba una melodía triste aguardando la llegada de no se quién, de no sé qué. Le saludé como siempre había hecho, pero no me contestó, yo ya no estaba.
La plaza había cambiado. La acacia centenaria que le daba sombra y vida se había convertido en un recuerdo más. El juego de bolos yacía sepultado bajo un manto de hormigón y una fuente rodeada de bancos daba un aire triste a ese rincón en otros tiempos centro de alegrías, juegos, disfrute y diversión.

Me levanté y dirigí mis pasos hacia el bosque buscando la senda para llegar a nuestro rincón más querido, aquel que visité por última vez y en el que desaparecí del mundo real para siempre.
Había que poner mucha atención, las zarzas habían conseguido crear una maraña casi infranqueable ocultando todo vestigio de lo que antaño pudo ser camino. Encontré un hueco entre la muralla y mi cabeza pasó pero el cuerpo se quedó. Tiré con todas mis fuerzas a la vez que en mi cara dibujé un gesto de dolor, aquel que esperaba, pero no vino. Yo ya no estaba.
Divisé nuestro árbol, el que habíamos tatuado con nuestros nombres, el que nos servía de cobijo, aquel donde montamos nuestra guarida imaginaria, donde soñábamos llegar muy alto.
Me subí a la copa como hacíamos antes de zambullirnos. No me quité la ropa, estiré mis brazos y salté. Fueron segundos de recuerdos, mis últimos recuerdos.
Luego nada, yo ya no estaba.

3 comentarios:

Esther dijo...

Precioso. Hubiera quedado muy bien en mi taller de ayer. Me hubiera gustado leerlo en voz alta, de veras.

Ganímida dijo...

Subjetivo, pero hermoso! capaz de transportar hasta el mas terco y analfabeto.. =)

Luna dijo...

"aquel que visité por última vez y en el que desaparecí del mundo real para siempre..." Uff, una frase...pero, ¿realmente será tan sencillo? Me ha impactado, sinceramente. Un saludo.

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