Nací sin sonoridad en la erre.
"El pego de San Goque no tiene gabo porque Gamón Gamírez se lo ha gobado"
"tes tistes tigues tagaban tigo en un tigal"
repetía incesantemente con ganas de encontrarla y, a parte de la carcajada que provocaba en los que me escuchaban, poco más sonido hallaba.
Indagué en mis antepasados. Tal vez descendía de
Fanceses o de
Guiegos o quizás eran vascos, de
Ipagalde(*). Quién sabe, nunca conseguí llegar más allá de mis bisabuelos y éstos, me aseguraron mis familiares, reían sonoramente, aquí y allá, a carcajada limpia.

En las primera comunión fui apartado del selecto grupo de personas que tenían el
privilegio de la oratoria desde un púlpito.
El clero rebuscó entre los textos de la, por aquel entonces, santa biblia y eligió el más
plagadito de erres ("muy bien, muy bien lo has hecho. El siguiente por favor").
El atril esperaba a otra persona, una que ronronease adecuadamente.
Ensayé delante del espejo, la posición de la boca, de los labios y de la lengua.
Busqué y rebusqué en los libros la técnica de la
fonación e incluso me hice con un
guenault, el 18. Igual a fuerza de airear a los mil vientos la marca de coche la sonoridad iba llegando. Nada más lejos de la realidad, siempre fue mi
guenault. Hasta que un día de otoño un hábil conductor le embistió por detrás, justo justo donde la R asomaba y pasó a convertirse en un amasijo de hierros en uno de los muchos cementerios de
guenaules,
lan goveres y demás habitáculos de 4
güedasComencé a trabajar en una oficina de atención al público, y el público sonreía cuando la erre hacía acto de presencia y los compañeros ahogaban su sonrisa con las manos y se desternillaban cuando tanto yo como otra de las compañeras, cuya sonoridad era igual que la mía, atendíamos al unísono. Era el
sumum en el mundo de las vibraciones linguales múltiples en la zona alveolar, decían.
Con el tiempo, cansado de buscar, decidí poner punto final. Me reiría de las erres y de las egues y la vigésimo primera letra del alfabeto español, de mi alfabeto español, tendría una sonoridad distinta, la mía.
Ahora cada vez que escucho a
Poncio Pilatos no puedo parar de
reírme.
Iparralde(*) País Vasco Norte